14 de agosto de 2000
Querida amiga,
¿Cómo estás?
Supongo que te habrá sorprendido no verme por el pueblo en estas fechas. Sí, me he perdido las fiestas de este año y no puedo prometerte que sean las últimas.
Las cosas por aquí han cambiado y, ahora que soy mayor de edad, he decidido no volver. Supongo que es algo inevitable y que tarde o temprano a ti también te pasará. Era cuestión de tiempo.
Mientras te escribo, me ha venido a la memoria el día que nos conocimos. Desde entonces hemos sido inseparables cada verano. ¿Recuerdas el día que colamos la pelota en una casa y nos fuimos corriendo por miedo a que nos riñeran? La de horas que pasábamos tirando la pelota a una pared para saltarla al primer bote. O cuando nos gastábamos todo el dinero que nos daban nuestros padres en gominolas. Por no hablar de las 25 pesetas que nos costaba cada partida a nuestro juego favorito de la sala de máquinas.
Qué sencillo era todo de niñas. Solo teníamos que preocuparnos de lo que íbamos a merendar esa tarde. Sentadas en cualquier banco del parque o tumbadas en el césped al fresquito de las maravillosas noches de verano.
Nunca he visto tantas estrellas como entonces. Aquí no pueden verse igual. Todavía recuerdo contarlas a ver quién veía más. Se me daba muy bien contar estrellas, supongo que era porque en aquella época estaba un poco en las nubes fantaseando con el chico más guapo del pueblo, como todas.
Una de las cosas que más me gustaba era encontrarme a los mayores en las puertas de sus casas sentados en aquellas sillas de mimbre tan incómodas. Se veían tan felices. Al principio reconozco que me sorprendía, pero luego es una de las cosas que echaba de menos ver.
¿Sabes algo de las demás? Les perdí la pista y las últimas veces que nos vimos ya nada era igual. Habíamos cambiado.
Quiero proponerte algo, sigamos escribiéndonos como cuando éramos pequeñas, no perdamos esta bonita costumbre. Presiento que la tecnología avanza a un ritmo imparable, pero que eso no nos quite esas cartas escritas a mano que tanta ilusión nos hacía encontrar en el buzón. Sobre todo cuando iban con algún regalo dentro. Las pulseras hechas a mano, pegatinas, incluso anillos que no tenían más valor que el sentimental. O las felicitaciones de Navidad, en la que deseabas lo mismo cada año pero ninguna te parecía igual al anterior.
Mira, parece que me ha invadido la melancolía. Tranquila, estoy bien. Soy feliz.
Es bonito recordar esos momentos tan inocentes y sencillos que la vida nos regala. No me provocan tristeza, al contrario, los pienso con una sonrisa. Esa sonrisa que me transporta a la felicidad de dos amigas de verano que nunca dejaron de escribirse.
No quiero entretenerte más, aunque sé que este ratito leyendo seguro que también te ha hecho feliz. Te prometo que a la próxima te pondré al día de mi vida. Ahora he querido escribirte simplemente para que supieras que me acuerdo de ti.
Hasta pronto
Tu amiga que te quiere
P.D: Mi buzón y yo te esperamos
Lo he leído con una sonrisa todo el rato, creo q tod@s o casi tod@s podemos sentirnos identificados con este microrelato.
Gracias ❤️
Nos alegramos de que te haya hecho sonreír y de que sigas disfrutando de la lectura. Gracias Eva