El gato de mis vecinos viene a visitarme casi cada día. Ha decidido que ésta también es su casa. Me llena de energía, me alegra el día verlo pasar. Se acerca, te pide juego, estás con él unos minutos y se va. Algo breve pero suficiente, no necesito más para sentirme feliz.
Es la magia de los animales. Incluso cuando no interactúan con nosotros, pueden llenar nuestros niveles de felicidad cuando están bajos. Tan solo observándolos, me encanta observarlos.
Misino
De pequeña no he tenido animales. En casa estaba prohibido. La única que sí podía era mi madre y porque se trataba de un pájaro enjaulado que tenía en la galería. Menudo sitio. Como mucho, uno de mis hermanos pudo traer un hámster, pero mordía, así que poco podías interactuar con él. Me caía mal. Claro, a mí no se me había ocurrido pensar que estaba enjaulado sin poder moverse demasiado y siempre esperando algo de agua y comida.
A los 23 tuve mi primer animal en casa. Evidentemente lo hice cuando mis padres se habían ido de vacaciones. Como estaban todo el mes fuera era la única manera de que un animal pudiese entrar por la puerta. Se trataba de un tritón. Sí, no se me ocurrió otra cosa que comprar a ese pobre animalito que, si no tenía que estar en mi casa, mucho menos en una tienda. Hace muchos años de esto y mi conciencia ahora es muy distinta. Se puede decir que entonces era una inconsciente, lo reconozco. Evidentemente se murió al poco tiempo. Me dio mucha pena.
Al ver que no tuve mucho éxito y como tenía la necesidad de estar acompañada, me quedé con el gato de mi cuñado durante una semana. Justo antes de que mis padres regresaran. Ese gato, al que llamé Misino, fue un regalo que le hice. Quizá fue un acto egoísta porque yo no podía llevarlo a casa y esa sería una forma de verlo cuanto quisiera. O quizá mi intuición me estaba diciendo que los animales son sanadores emocionales. No lo sé, porque en ese entonces no tenía conciencia de mi intuición y no la sabía interpretar.

En el momento en el que Misino llegó a casa, mi sensibilidad empezó a ser distinta, aunque nada que ver con la que tengo ahora. Y no por los años que han pasado sino por lo que he aprendido en ellos. El paso del tiempo no nos asegura que vayamos a aprender. A veces, simplemente pasa. En esa época tenía depresión, llegar a casa después del trabajo (ir a trabajar era un esfuerzo sobrehumano) y verlo acercarse a mí, me daba una esperanza de vida que entonces no tenía.
Lo dejaba todo en el suelo y me tumbaba con él en el recibidor, escuchando su ronroneo y pensando que quizá la vida era algo bonito. Dormíamos juntos, me ayudaba con el insomnio. Creo que no había dormido tan bien en meses.
Hablaba con él, sentía su energía. Era otra cuando él estaba conmigo. Enseguida me di cuenta de que los animales fortalecen el alma. Como también supe que necesitaba tenerlos cerca en ese momento. Debo decir que a Misino sí lo cuidé. No como al pobre tritón que no le puse ni nombre. Y sí, el de Misino tampoco es que sea muy original. Lo cuidé y lo sobé todo lo que pude. No era un gato especialmente cariñoso pero siempre aceptaba mis abrazos y besos, como si notara aquella necesidad en mí.
La semana se me hizo muy corta a su lado. Me dio una paz y una seguridad que no había sentido hasta entonces. Llenaba toda la casa con su presencia. Me protegía. A veces incluso borraba los malos pensamientos que siempre llevaba conmigo. Por unos segundos, me olvidaba de mi depresión. Pero con la vuelta de mis padres llegó la vuelta de mi realidad. Misino volvió a su casa y mi madre enseguida notó que él había estado ahí ¡Las madres se enteran de todo! Evidentemente tuve que olvidarme de tener a mi propio Misino, por mucho que lo necesitara no hubo manera, a ella no le había hecho nada de gracia que hubiese estado allí.
Mis padres nunca supieron el bien que me había hecho tener un animal conmigo, en ningún momento se lo plantearon. La ignorancia es tan peligrosa a veces. Si hubieran sabido que tenerlo me había hecho más sencillo el mal momento que estaba pasando, puede (y solo puede), que se lo hubiesen planteado.
Los animales son capaces de dar luz incluso a los momentos más oscuros de nuestra vida.
Mi perro
Pasó el tiempo y me olvidé de los gatos. Ni mi marido ni yo lo habíamos hablado desde que vivíamos juntos. El momento mas temido había llegado: me había convertido en mi madre. También priorizaba tener la casa limpia y tampoco era mucho más flexible que ella.
Me gusta tener la casa limpia y ordenada y es totalmente compatible con los animales. Aunque no sea exactamente lo mismo, no hacerlo por ese motivo es no saber disfrutar de las experiencias bonitas que ofrece la vida, quedándose en la superficie de las cosas.
Tuvieron que pasar 10 años desde el pobre tritón para darme cuenta de lo maravillosos y necesarios que son los animales en nuestra vida. Mi experiencia con Misino había sido fantástica pero todo lo que aprendí de los animales llegó con mi perro. En mi libro ¿Se puede vivir sin perro? explico un poco todo esto y el sentido que le dan a nuestra vida.
Como decía, son sanadores emocionales. Con ellos los malos días desaparecen. Tienen una magia capaz de transformarlo todo en paz. Es como si a través de ellos, desapareciera todo lo malo que podamos sentir. Los tocas y al instante sientes como una energía diferente te recorre el cuerpo. Una energía que hace que te olvides de todo y seas capaz de disfrutar de su magia.
Mi perro me hizo mejor persona. Hizo que mi corazón fuese más grande, ya que todo el amor que sentía por él no cabía en el que tenía. Me dio esa conciencia de la que hablaba al principio. Trajo luz, amor e ilusión a nuestra casa.

Me ayudó a cerrar de una forma sana todas las etapas de mi vida que seguían haciéndome daño. Pero sobre todo me dio la capacidad de ver la naturaleza de una forma mucho más presente. Una parte de lo que soy ahora es gracias a él porque mi ansiedad ya no está conmigo y mi depresión no volvió a aparecer.
Cada día es como en la película de El día de la marmota. Todos los días son iguales. Te despiertan unos lametones entusiastas que te indican que la hora de quererlos ha llegado. Siempre con alegría, siempre felices, como si no te hubiesen visto el día anterior. Pero también tienen la capacidad de hacer de ese día de la marmota, un día nuevo. Ellos son divertidos, son cachorros siempre y acaban contagiándonos algo de ese carácter. Yo no conozco a nadie que no hable a su perro de manera extraña. Es imposible no decirles las cosas con cariñitos.
He sido afortunada de estar acompañada de animales en mis peores momentos. Misino fue muy breve pero aún lo recuerdo. Mi perro no solo me acompañó, me ayudó y me hizo crecer. Me devolvió mi vida, mejorándola. Después de estos dos episodios tan complicados me he dado cuenta de lo necesarias que son las terapias con animales. Tenga solución o no aquello que nos está pasando, nos dan una paz que ningún ser humano puede conseguir. Sus energías son muy distintas a las nuestras. Ellos no están contaminados con nuestro mundo ni nuestros fantasmas. Ellos simplemente están. Son los mejores compañeros de vida haciendo que esta siempre merezca la pena.
Ahora solo me quedan las visitas de Gato Vecino y eso me ayuda a superar que mi perro ya no está. De nuevo, la terapia de los animales.

Los animales ayudan a cicatrizar las heridas del alma