Para nosotros nuestro perro siempre ha sido familia, el pequeño de la casa. Y por eso su muerte ha sido más intensa que la de un humano. Es lo que a veces no se entiende, que vivamos el duelo como si de un humano se tratase. Y el amor, es amor.
Cuando alguien me decía que se le había muerto su peludito me daba pena, lo sentía por el dolor que eso podía causarle, pero nunca llegaba a conectar del todo porque no lo entendía. Aunque tampoco lo juzgaba. El dolor es dolor y no debemos juzgarlo.
Desde el momento en que entendí el significado de quererlos, todo eso cambió. Son de ese tipo de sentimientos que si no los experimentamos, nunca llegamos a saber lo grandes y sinceros que son. El amor por los animales lo invade todo y su alcance es mucho mayor del que podamos imaginar. Amor incondicional.
El tiempo se para
Su muerte paraliza, entrando en un estado de tristeza absoluto y profundo. El pecho duele, duele literalmente. Algo dentro de ti hace crack. No tienes ganas de levantarte, no puedes parar de llorar y de repente te das cuenta del vacío tan grande que sientes. Como si una parte de ti se hubiese ido con él.
Al principio no reaccionas, eso que está pasando no puede ser real. Te enfadas y lloras al mismo tiempo. Te culpas por no haberlo hecho mejor. Te han faltado días de amor.
Lo que no saben los que no entienden, es que el tiempo pasa muy distinto cuando mueren. Es lento. Transcurren los meses, incluso los años y para ti sigue siendo ese mismo día. Se hace imposible mirar fotos o escuchar una canción que te recuerde a él. Tú ya no eres tú, al menos una parte de ti ya no lo es.

He estado años sin ser yo plenamente. La sensación de vacío que he sentido desde entonces no me lo ha permitido. Estuve mucho tiempo sin reírme de verdad. Me apagué. En casa nos apagamos los dos, porque los perros tienen la capacidad de llenar cualquier vacío pero los seres humanos no podemos llenarlo del mismo modo. Ningún abrazo era comparable con rascar tras las orejas a nuestro pequeño. Como tampoco ahora somos capaces de llenar la casa como lo hacía él.
Soledad
Hemos tenido la fortuna de tener en esos momentos a personas sensibles que nos han respetado, incluso llorado con nosotros. Pero también somos conscientes de aquellas que no han sabido estar a la altura porque, para ellas, los animales están por debajo de las personas. No te lo dicen pero eso se sabe. Qué error tan grande pensar así, siento pena por ellas.
Llega un día en que decides dejar de expresar cómo te sientes. Lo reservas para los amigos más íntimos pero todo el dolor se queda en casa, ya que sabes que no puedes alargar tu estado ante los demás. No lo entienden. Nosotros dos de nuevo en soledad, compartiendo todo como siempre.
La de veces que hemos llorado como niños. La de veces que no hemos querido salir de la cama. La de veces que nos ha faltado el aire.
Desde el mismo día de su muerte dije lo siguiente: no voy a guardarme nada dentro. Lo siento si te duele escucharme pero voy a vivir este dolor con la misma intensidad con la que viví su amor. Porque si no nos abrazamos al dolor, si no dejamos que pase a través de nosotros, tampoco vamos a poder soltarlo.
Con su muerte hemos tenido que aprender de nuevo a gestionar este tipo de emociones, porque se nos olvidaron la emociones pasadas. El dolor es tan intenso en el presente que no hay cabida para las vivencias del ayer. Todo el aprendizaje anterior se diluye, se vuelve borroso, teniendo que aprender de nuevo a convivir con una pérdida. Nunca vamos a acostumbrarnos a la muerte por mucho que forme parte de la vida.
Duelo
Lo que sí es cierto es que la vida de los perros es tan maravillosa que seguimos aprendiendo de ellos cuando ya no están. Se encargan de dejarnos una vida mejor. Nos regalan una perspectiva de la muerte muy distinta. La acabamos aceptando aun sin querer hacerlo. Pero para aceptarla hay que llorarla, hay que llorar la muerte, hay que llorar la pérdida. Y hay que transformarla en vida en todo aquello que nos rodea. En mi libro ¿Se puede vivir sin perro? se puede leer esa transformación de la muerte a la vida en una dedicatoria que hice para él: “ESTÁS”.
Escribir el libro me ha ayudado a trabajar su muerte pero me ha ayudado más aún a entender su vida.
Cada persona trabaja el duelo como puede. Nunca hay que forzarlo, cada uno a su ritmo, pero hay que trabajarlo porque es una pérdida muy grande. Nos tenemos que olvidar de lo que piensen de nosotros, dejar de enfadarnos porque no nos entiendan. Nosotros tenemos el privilegio de conocer ese tipo de amor, debemos quedarnos con eso.
Como en cualquier otro duelo hay que hablar, debemos expresar cómo nos sentimos. Debemos recordar, no debemos tener miedo a llorar, aunque haya momentos en los que no podamos hacerlo. Y, por supuesto, hacer terapia para acompañar el duelo si no sabemos seguir adelante.
A veces los duelos se alargan por distintas razones: no sabemos gestionarlo, ha sido una muerte traumática, era la única familia que tenía… A todos nos duele igual, el hecho de que sea «una muerte anunciada» no nos libra de la tristeza. Tenemos que pasar el duelo igualmente. La diferencia, como fue en nuestro caso, es que si es algo repentino cuesta más hacerse a la idea de que él ya no está. Te estoy abrazando y así, sin más, solo queda tu cuerpo pero tú ya no estás en él. Eso hace que el duelo empiece más tarde, no puede empezar hasta que no tomas conciencia de lo que ha pasado. Se hace difícil porque hay que trabajar sobre lo sucedido. Eso puede llevarnos a las pesadillas o a imágenes incluso cuando estamos despiertos.
A veces me sorprendía moviendo la cabeza de un lado a otro, como diciendo: «no», cada vez que pensaba en esa noche. Como cuando caía algo de comida al suelo y seguía ahí si yo no la recogía. Aunque una de las peores cosas era la de llegar a casa y que él ya no nos recibiera. Despertar no era mucho mejor, fantaseaba con la idea de que estuviera dormido en su cama todavía. Pero también hemos aprendido a sonreír mientras lloramos. Ahora «le sonreímos» cada vez que algo de eso pasa.
Y si para una persona su perro es su única familia, ¿le decimos que lo cambie por otro?
Es muy triste cuando enseguida te dan la «fantástica» idea de que debes tener a otro perro en casa. Corre venga, sustitúyelo. A mí cuando se me rompe algo me compro uno nuevo. Y, sí es cierto que los animales fortalecen el espíritu. Sí es cierto que, si vives con más animales en casa, ese duelo pasa de otra manera. Y no porque sustituyan, cada ser es único e irremplazable, sino por esa magia que solo ellos pueden crear. Y si era el único como fue en nuestro caso, debemos ampliar la familia cuando estemos realmente preparados, creando nuevas energías y sentimientos para quererlos de una forma sana desde el estar bien y no desde el tapo porque me duele. Cada uno conoce sus tiempos, no hay momento mejor o peor para tomar esta decisión.
Es muy difícil enfrentarse a la soledad que dejan, mucho. Pero yo respeto el lugar que ocupa cada ser querido dentro de mí. Ese lugar le pertenece, a nadie más. Y si mi perro muere, solo podré construirle un lugar al próximo que llegue cuando lo haya preparado expresamente para él. Quiero que se sienta igual de querido. Quiero que tenga su lugar único en mi corazón.
Aceptación
La intensidad del amor que se siente por ellos sigue siendo la misma con el paso del tiempo. Y ese amor que un día te rompe de dolor, es el mismo que te hace seguir adelante.
Me fue difícil entender que no sea había ido aunque ya no estuviera. Y no se había ido porque lo sentía en mí: en mi sonrisa, en mi sensibilidad con otros animales y en los paseos por la montaña. Está de otra forma pero no se ha ido como yo pensaba.

Vive en nosotros y en todo lo que nos rodea. Si esto no es amor, ¿qué otra cosa puede ser? El amor es amor. El dolor es dolor. La pérdida es la pérdida. No deberíamos centrarnos tanto a quién va dirigido todo ese amor, ese dolor y esa sensación de pérdida sino a la importancia de lo que sentimos con todo eso.
A los perros hay que mejorarles la vida, no complicársela más. No hagamos de su vida algo parecido a la nuestra. Poder seguir disfrutando de la compañía de otros perros que lo necesitan sin tener miedo a sufrir cuando también mueran. Si pensamos en su muerte dejamos de pensar en el ahora y es algo que los perros no querrían para nosotros.
Cuando mueren, una parte de nosotros se va con ellos; a cambio, nos regalan una vida mejor. Cualquier minuto de dolor merece la pena si antes hemos disfrutado del privilegio de quererlos.

Porque no se han ido aunque ya no estén