¿Cuántos amores nos habrán marcado a lo largo de nuestra vida? ¿Cuántos amores lo siguen siendo en silencio? ¿Cuántos amores continúan con el paso de los años?
Tener la capacidad de amar es otro superpoder de las emociones. Porque ya no se trata de si nos corresponden o no, se trata de querer y de todo lo que aprendemos con ello.

De hecho, hasta los amores platónicos son importantes. Desde que nacemos sentimos y nos comunicamos de forma emocional, por eso no puedo olvidar esos amores. Porque, a pesar de que ese amor puede no parecer real para otros, sí lo es para el que lo siente. El amor correspondido al principio también nos «emborracha». ¿Entonces ese amor es más real que uno platónico? Qué importará eso si lo que importa es lo que sentimos.
Aquello que nos provoca ese amor platónico no es menos real que lo que provoca cualquier otro que sí pueda serlo. No deja de ser un amor no correspondido en el que la imaginación nos lleva a rincones maravillosos de nuestro cerebro. Fantaseamos, nos volvemos inocentes, sonreímos y vemos todo aquello que podemos ofrecer. Pero sí, todo esto es maravilloso siempre y cuando sepamos volver a la realidad y la aceptemos, claro.

Aquí no hablo de lógicas, hablo de sentir, en la mayoría de los casos de una forma irracional. Amar a alguien porque lo sientes así y punto. Tendemos a justificar ese sentimiento pero a mí, personalmente, me parece innecesario preguntar a alguien por qué quiere a otra persona. No deberíamos tener la necesidad de justificar por qué amamos.

Amor de verano

¿Qué ha sido de esos amores? ¿Se sigue hablando de los amores de verano? Me queda tan lejano que no sé si es algo que ha pasado de moda o soy yo la que no está al día. Qué bonito era, tan fugaz e intenso como doloroso. Porque sabías que con el final del verano ese amor también acabaría llegando a su fin. 

Empezaba el curso y tú seguías con él en la cabeza. Tenías todo el año para enamorarte de nuevo y olvidarlo pero si no lo conseguías, contabas los meses que te faltaban para volver a verlo. 

Podías tener la suerte de cartearte con él varias veces durante ese año. Aunque corrieras el riesgo de que a tu vuelta, él ya hubiese encontrado a un nuevo amor de verano. O peor aún, que nunca más volvieras a verle porque él ya no regresaría a ese pueblo en el que tantas veces te has enamorado.

Acababas de llegar a casa y ya estabas pensando en escribirle. La pena te invadía porque tenías que esperar todo un año para volver a verle. Al mismo tiempo estabas emocionada por empezar el nuevo curso y ver a tus amigas para contaros vuestros amores de verano. Por eso y por la compra de material escolar nuevo. Qué bien olían los libros recién comprados y que gustete daban las gomas de borrar sin empezar. Con algo tenías que entretenerte mientras sufrías por amor. 

Cada vez que abrías el buzón y allí se encontraba una carta para ti, todo lo demás dejaba de existir. Subías corriendo a casa a lanzarte encima de la cama a leer apasionadamente esas letras escritas únicamente para ti, estremeciéndote cada vez que leías algo bonito. Sobre todo un: te quiero o te echo de menos.

Una vez conseguías volver a la realidad, después de haber dado rienda suelta a tu imaginación al terminar de leer, ibas de un salto a tu escritorio a empezar a escribir tu carta. No querías olvidarte de contestar lo importante y tampoco querías darle tiempo a que se olvidase de ti. 

También estaba aquel amor de verano que solo era real en tu cabeza, porque él no sabía ni que existías y te conformabas con verlo pasar cada día a la misma hora. Una hora en la que «casualmente» estabas sentada en la puerta de casa tomando el fresco (sí, como todos los ancianos del pueblo). Era el mejor modo que se te ocurría para camuflarte.

Todo el día esperando a que llegara esa hora para luego no levantar la mirada por la vergüenza que te provocaba encontrarte con la suya.

¿Y si ese amor tenía un hermano que también estaba muy bien para quererlo? Pues te veías con el gran dilema del verano: ¿Cuál me gusta más? Porque realmente era complicado decidirse. Menos el verano que tu prima iba contigo de vacaciones y decidíais qué hermano «era» para cada una. Cosa que, también te digo,  podía ir cambiando conforme pasaban los días.

Aun así, tú los veías como tus grandes amores de ese mes. Y sufrías, sufrías porque si era la época en la que empezabas a desarrollarte, todo era un auténtico desastre: ese vello que estaba donde el año anterior era llanura, tu cara completamente de bollo idéntica a los panecillos que vendía el panadero y los famosos granitos por toooooda la cara. Te llenabas de inseguridades porque todo el mundo te recordaba lo rara que estabas ese año. 

Pero es cierto que cuando quieres a alguien tu fantasía hace posible cualquier cosa. Así que todas las noches imaginabas que se había fijado en ti para después soñar con él. Al día siguiente te levantabas con la misma ilusión que en tu sueño y te olvidabas de que eso no era cierto, esperando a que mágicamente eso cambiase. 

Era doloroso, esa parte del amor que duele cuando no es correspondido, pero que tantas emociones bonitas nos hace sentir.

Un amor de verano también puede ser un gran amor

¿Recuerdas esas mariposas en el estómago? Ahí no pensabas nada más que en lo que sentías. Quédate con eso y no lo olvides nunca. 

Pero tampoco olvides que tú también habrás sido el amor de verano de alguien sin saberlo. Donde tú veías una cara de bollo, seguro que había alguien que estaba deseando comérsela a besos.
Incluso habrá cartas de amor para ti que nunca llegaron a tu buzón, porque ese alguien también estuvo lleno de inseguridades y se conformó con soñar contigo por las noches, esperando que algo cambiase al día siguiente.

Amor adolescente

Probablemente la época más pura y sincera. No pretendes cambiar al otro porque no piensas en esas cosas, limitándote a quererlo tal como es. Cuando una mirada basta. Cuando lo único que te importa es pasar tiempo a su lado, queriendo alargar las tardes porque sabes que la vuelta a casa se acerca. 

Empiezas a temer a las vacaciones de verano porque tu amor ya no te espera en el pueblo, tu amor está aquí contigo. Y decides escribirle cartas antes de marcharte para que las lea en tu ausencia y así pueda sentirte más cerca. Él, que te quiere del mismo modo, hace lo mismo por ti.

Lloras porque no sabes cuándo va a ser la próxima vez que hables con él. Porque en ese momento no hay teléfonos fijos en la casa del pueblo. Y es cuando echas de menos las conversaciones sin intimidad del comedor de tu casa. Cuando no hay ni una sola cabina y desearías volver a tener la oportunidad de encontrarte dentro de una de ellas sin saber cómo salir, solo para poder hablar un rato. Es entonces cuando echas de menos todo eso que antes te molestaba. 

Y te tienes que conformar con hablar en los dos únicos sitios en los que hay teléfono: el bar del pueblo o la tienda de: «lo mismo te vendo un chóped que un pijama o te preparo un entierro». Sí, esa tienda se encargaba de todo lo importante en el pueblo. Pero lo peor no acababa ahí, lo peor era llamar y que no hubiera nadie en casa porque él no ha podido avisarte de que no iba a estar. ¿Qué hacías? Subir a llorar a tu cuarto y empezar a escribirle una carta.

Lo mejor: la primera vez que lo ves a tu vuelta. Lo pienso y todavía me saca una sonrisa y me dan escalofríos. Qué bonicos éramos. Pero no puedo olvidarme del gran final: intercambiarnos las cartas que también nos hemos estado escribiendo en la distancia para no perdernos todas esas cosas que queríamos decirnos y no pudimos. 

Es entonces cuando empiezas a descubrir que eres capaz de querer a alguien más que a ti misma, llevándose así un pedacito del egoísmo de la niña que llevabas dentro. Porque esa niña ha empezado a dejar de serlo. Aunque de eso solo te has dado cuenta tú porque nadie toma en serio todas esas emociones. Nadie te toma en serio a ti. 

Te sientes feliz por el simple placer de dar. Algo tan sencillo y que a la vez cuesta tanto con el paso de los años para aquellas personas que se han olvidado de esta manera de querer. Vulnerable e inocente como probablemente no vuelvas a serlo, pero con la capacidad de aprender y crecer con cada nueva experiencia que nos ofrece el amor a cualquier edad.

Cada época de nuestra vida tiene una función emocional, no dejemos que pase desapercibida

Nadie debe decirte que eres incapaz de amar por tu edad. Que tus sentimientos son menos válidos porque «no sabes nada de la vida». En realidad el amor te madura y enriquece a cualquier edad, es lo bonito que tiene, que puedes volver a sentirte como una niña queriendo por primera vez y aprendiendo de él como si no hubieses querido antes.

Los primeros amores marcan mucho y eso puede cambiarte. A veces para bien y otras para mal. Así que nunca he entendido por qué no se le da la misma importancia a un amor adolescente que a uno adulto. El amor es amor.
Quizá el amor adolescente no se tomaba en serio en mi entorno porque lo creían inexperto. Pero, ¿cuándo un amor nuevo no lo es? Es la magia del amor, que puede ser distinto cada vez.

Hay muchos cascarones a lo largo de la vida ya que siempre estamos aprendiendo cosas que hacen que dejemos de ser la persona que fuimos. Mi amor adolescente, en este caso correspondido, me hizo crecer. Me hice grande en muchos aspectos: me dio confianza, belleza y sabiduría. Digamos que salí de uno de mis cascarones.

  • La confianza: me sentía segura de mí misma.
  • La belleza: me sentía guapa en pleno cambio adolescente. 
  • La sabiduría: aprendí mucho del amor, de las relaciones y de mí misma. 

La inexperiencia hace que vayas despacio para poder tomar conciencia de todo lo que estás sintiendo. Y sin miedo, sobre todo sin miedo. Nunca tuve miedo porque a esa edad no vives la relación pensando en su final, siendo capaz de disfrutar de cada minuto y de cómo te sientes desde que estás enamorada.

Cuando el amor no es correspondido, cuando el amor termina, puede hacer que dejemos de creer en él, pensando que seremos incapaces de volver a conectar porque algo se ha roto dentro de nosotros. Pero es importante quedarse con esa capacidad de amar una vez has pasado todo ese dolor y así no tenerle miedo a un futuro amor, porque nunca sabes cuándo vas a volver a querer como una adolescente.

Lo bueno del paso de los años es que el amor adulto te hace sentir de nuevo como esa niña que se enamoró por primera vez. 

Querer es lo más importante. Porque todo empieza y acaba en ti.

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  1. Enhorabuena por este artículo tan dulce. He estado leyendo con una sonrisa continua en mi cara, recordando aquellos tiempos, incluso teletransportándome recordando los olores de esos veranos, esas cartas, esos libros, el pueblo, la vuelta a casa y el amor.

    Gracias por todo lo que escribes, nos haces recordar y reencontrarnos con emociones que quizás estaban escondidas o muchos creerán que perdidas, pero no es así, ahí siguen con nosotros y seguirán siempre.

    1. Gracias a ti Eva,
      Nos hace muy felices leer tu comentario, pero sobre todo saber que has conseguido reencontrarte con aquellas emociones escondidas.

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