No soy yo, me repito infinidad de veces. Me busco pero no me reconozco en nada de lo que hago. ¿Dónde estoy que no me encuentro? Mi cabeza empieza a pensar a una velocidad que no puedo controlar. Tengo miedo. No puedo salir de casa. El pecho me duele, me falta el aire. ¿Voy a morir? De momento no se lo voy a decir a nadie. Tengo vergüenza. No pasa nada, yo puedo sola. 

Y un día descubres que tú ya no eres tú, eres tu ansiedad. Porque un trastorno de ansiedad no es un estado pasajero. Un trastorno de ansiedad viene para quedarse hasta que solucionamos aquello que tenemos pendiente. 

La vida es así, no podemos engañarla. Y aunque creamos que a nosotros mismos sí, tampoco. Podemos intentarlo creyéndonos eso que nos hemos estado contando durante años, pero al irnos a dormir sabemos qué es verdad y qué no lo es. Y es lo que pasa cuando dejamos cosas pendientes por solucionar. Como siempre digo: la vida nos alcanza. Da igual el tiempo que haya pasado, sea lo que sea eso a lo que le debemos prestar atención, un día nos llamará a la puerta. Seguramente cuando estemos más tranquilos. Supongo que se debe a que es la única manera de estar más receptivos para abrirle la puerta a esa «visita inesperada».

De repente

Me dio la sensación de que mi trastorno de ansiedad había venido de repente solo para confundirme. Si yo ya lo había solucionado todo en mi anterior terapia. Pero también creí que pasaría rápido: otra mala época, sin más. Nunca hubiese imaginado lo que se me venía encima.

Al principio no fui consciente de que la ansiedad ya estaba ahí antes de «dejarla entrar». Porque la realidad es que nunca aparece de repente, siempre se muestra antes de alguna forma, sutil, entre las pequeñas cosas cotidianas. Incluso parece algo sencillo de controlar. Razonas que si la ansiedad forma parte de nosotros, por algo será, que no es nada fuera de lo normal sentirse así. Y que tal como ha venido se irá, en cuanto te acostumbres a ella y la intentes engañar.

Diferente

El trastorno de ansiedad nada tiene que ver con la ansiedad que todos hemos tenido en algún momento. Esa puntual que nos alerta de los peligros y nos estimula para tomar decisiones. El trastorno hace lo contrario. Te incapacita por completo.

¿Cómo se convive con algo necesario para el humano y que se ha convertido en un trastorno?

Los episodios de ansiedad que tuve en la depresión también fueron distintos, diría que más físicos. O al menos solo se manifestaba de esa manera, cortándome la respiración y haciendo que el corazón pareciera salirse del pecho. Y que cuando vas al hospital de urgencia, te ponen una pastilla bajo la lengua y te mandan a casa. Centrándose en lo físico y no en lo emocional. Claro que de alguna forma se debe cortar ese estado, pero de nada sirve si no cortas lo que te lo está provocando. No puedes vivir eternamente con una pastilla bajo la lengua cuando lo que necesitas es poder verbalizar lo que te está pasando. 

Esa primera vez con ansiedad fue debida a un conflicto interno no resuelto. De ahí mi depresión. Lo mismo que pasó con mi trastorno, con la diferencia de que esta vez estaba en todo lo que me rodeaba y, aunque también acababa siendo algo físico, noté que me estaba enfrentando a algo más poderoso aún. Algo que me estaba cambiando, por dentro y por fuera. 

Cada día era diferente, aunque la angustia seguía siendo la misma. Nunca sabía a qué le iba a tener miedo ese día. Lo que no me imaginaba era que el miedo me impediría salir de casa. No sabría decir qué me ha hecho sentir más paralizada, si la depresión o la ansiedad. Aunque es cierto que la ansiedad la recuerdo con más angustia, quizá porque era más consciente. Con la depresión yo apenas existía.

La velocidad de mi mente también me paralizaba. No podía asumir tantos pensamientos a la vez. La peor emoción que recuerdo era la del miedo. Ese miedo incapacitante que me impedía ser yo misma. Ya no sabía ni qué me gustaba. Poco a poco dejé de hacer las cosas que me gustaban porque una fuerza extraña me impedía hacerlas. No disfrutaba de nada. Perdí la capacidad de concentración y mi mente estaba más dispersa cada vez, encerrándome en mí misma y temiendo la vuelta de mis viejos fantasmas. Porque mi mayor temor ante aquello tan desconocido era que mi ser oscuro, mi depresión, estuviese de vuelta, pensando que esta vez se había disfrazado de algo tan irreconocible para mí como el trastorno de ansiedad. Pero no, no le permití volver. Cosa muy probable cuando se tiene este tipo de trastorno. La depresión tiene su ansiedad, pero el trastorno también puede llevarte a ella.

No me juzgues

Cómo te relacionas con los demás también cambia. Solemos juzgar aquello que no conocemos o se sale de lo que hemos aceptado como «normal». Y eso es lo que se acaba haciendo: juzgar sin escuchar. Es curioso como se critica algo que ni nos molestamos en conocer. Te juzgo pero no quiero saber. Claro, es más cómodo juzgar que empatizar. 

¿Qué sucede con esto? Que podemos acabar dudando de nosotros mismos, sintiéndonos tan diferentes que lo convertimos en algo negativo, queriendo ser lo que no somos, solo por ser aceptados de nuevo. Por eso no me reconocía. Siempre he hecho lo que he querido sin temor a ser juzgada pero con el trastorno de ansiedad hasta eso me daba miedo. 

Mentía para disimular y así fingir que todo iba bien. Eso acababa siendo más sencillo que explicar cómo me sentía, pero era agotador.
Nunca sabes qué día podrás contar lo que te pasa. Las pocas veces que lo intentaba, se limitaban a solucionarme la vida dándome consejos que no pedía sobre algo que no necesitaba. La mentira acabó yendo conmigo a todas partes tan solo por no escucharlos. No sé porqué todo el mundo cree saber mejor que tú lo que necesitas. Como si fueses tonta por no saber que saliendo a la calle tus males desaparecen. Que buscar un trabajo que te haga infeliz es la clave de tu bienestar. Que compartir tiempo con personas con las que no quieres estar, es muy sanador. Que estás así por estar encerrada en casa. Ni siquiera te han estado escuchando las pocas veces que te has atrevido a contarlo porque, si lo hubiesen hecho, ya sabrían que no puedes salir porque estás así y no al revés. Eso me enfadaba. A veces intentaba entenderlos para no sentirme así, pero acababa más enfadada aún. Porque no se trataba de no entender, se trataba de no juzgar. 

También idealizaba las vidas de los demás, pensando que ellos tenían lo que yo creía que me faltaba. Y lo único que me faltaba era encontrar mi verdadero yo, ese que estaba escondido entre tanto sufrimiento emocional.

Lo que no se ve

La relación con la comida también cambió y acabó siendo más difícil que la relación con las personas. A ellas las puedes evitar pero eso nunca puedes hacerlo contigo. Sabía que en cada bocado de más, tragaba todo aquello que no decía. O bien porque no encontraba las palabras o porque tenía miedo a escucharlas. Era como estar comiéndome mis propias emociones, impulsada por una fuerza que escapaba de mi control. Acababa odiándome por lo que le hacía a mi cuerpo. Primero con las pastillas sumadas a horas de cama años antes; ahora con la comida. Lo peor de todo fue no saber cómo pararlo y ver que mi cuerpo acabó siendo el reflejo de aquello que sentía; una distorsión de mí misma, repitiéndome una y otra vez: esa del espejo no puedo ser yo. 

Al final pude controlar esa droga en la que para mí se había convertido la comida. Siempre he tenido la habilidad de darle la vuelta a todo lo que me ha hecho daño porque eso también me ha hecho fuerte. Esa es mi fortaleza interior.  Así que con todo esto pude descubrir lo bien que se me daba cocinar. Practiqué tantos platos sin miedo que lo convertí en una vía de escape para mí. Era el único momento de paz. Pero también fue la manera de no perder la conexión con esa parte de mí que sí reconocía; la que no deja de cuidar de su familia a pesar de todo. Cada plato que preparaba estaba hecho con amor, y era una forma de decirle a mi marido que seguía ahí, en alguna parte.

Su brazo fue mi bastón durante mucho tiempo

Depender de él no era fácil. Salir a la calle de su brazo fue mi bastón durante mucho tiempo. Y somos una pareja que nos gustar ir cogidos de la mano, nos encanta estar conectados. Pero con ansiedad era distinto, lo hacía por miedo, porque yo parecía no estar conectada a nada. El miedo solo se escondía cuando él me necesitaba. En esos momentos me olvidaba de mí un instante para poder estar. Pero eran eso, instantes. Y es lo que no se entiende, que no puedas olvidarte de lo que te está pasando para hacer «vida normal» hasta que se te quite la tontería. El trastorno de ansiedad bloquea tu voluntad y cuando él decide que no te muevas, no te mueves. 

Pero no solo era depender de él para salir a la calle. Dejar de trabajar por ataques de pánico me hizo más vulnerable aún porque mi sustento era el suyo. Otro miedo más que añadir: el miedo a no valerme por mí misma. Viviendo teniendo la sensación de no controlar nada de mi vida. Perdida en medio de un océano de preguntas sin respuestas, yendo a la deriva. 

En el trastorno de ansiedad me encontré con muchos tipos de caminos. Unos eran llanos, los que me hacían coger aire de nuevo, aunque por un corto periodo de tiempo. Otros eran pedregosos, en los que tenía la sensación de ir más lenta porque me costaba sostenerme en pie. Después estaban las cuestas imposibles que, mientras las subía, me aterraba pensar en lo que venía después, una bajada sin freno. Nunca sabía a qué camino iba a ir a parar, o si el viaje había terminado para mí.

 El botón

Ya no podía más, no podía seguir encerrada en casa temiendo a la vida. Ya lo había hecho antes. No podía ser que la vida consistiera en eso, en tener una nube negra encima constantemente. Sin poder trabajar, sin poder conducir, sin poder relacionarme, sin saber quién soy. Viendo cómo todo a mi alrededor se movía menos yo. Cómo las personas, esas que idealizaba, tenían proyectos de vida y yo no. Me obsesionaba tanto el futuro y todas las posibilidades de que saliera mal, que paralicé mi presente anticipándome a algo que solo estaba en mi mente. Mi mente lo creaba todo porque nada de aquello existía realmente. Y ese exceso de futuro vino por mi exceso de pasado.

Volver a terapia con mi psicóloga hizo que buscara el botón que iba a desconectar toda esa angustia. La desconexión de mi pasado. El origen de todo. Un pasado que se había metido tanto en mi presente que acabó distorsionándolo. 

Tuve que descubrir de nuevo partes de mi infancia y mi juventud para darme cuenta de que había escondido en un rincón de mi mente lo más importante. Hasta que no llegué a lo más importante, a mi botón, no pude desconectarlo. 

El pasado debe quedarse donde debe estar. Si nos viene a visitar en el presente es que debemos atenderlo por alguna razón. Hay algo que no hemos trabajado como debíamos. 

No vamos a olvidar el pasado, porque algo de ese pasado está en nosotros y nos ha hecho ser lo que somos. Pero debemos reconciliarnos con él para que ese dolor no nos incapacite y podamos seguir con nuestra vida: al otro lado de la nube negra.

Y un día

Y un día aparece en mi vida un peludito de cuatro patas que le da la vuelta a mi mundo. Lo pone del revés. O mejor, dicho, del derecho.
Un día me doy cuenta de que no tengo ansiedad y que no sé cómo se vive sin ella. Que llevo tantos años de mi vida en la oscuridad que me da miedo la luz.

Claro que la ansiedad no se va de un día para otro, hay un tiempo y trabajo detrás. Pero no nos damos cuenta de que los pequeños pasos, a veces son los que nos han hecho avanzar. Y mis primeros pasos de terapia los di con mi perro. Gracias a los cuidados y a ese amor incondicional del que tanto se habla, mis días empezaron a merecer la pena. Algo que explico aquí

La terapia con mi psicóloga, el amor incondicional de mi perro y mi marido, más esa fortaleza interior, hicieron que un día sintiera un renacer de mí misma. Porque ahora soy yo, sin ser la misma. La crisis existencial que me provocó la ansiedad hizo que me deshiciera de emociones y valores heredados. Antes de mi depresión y mi ansiedad estaba hecha de pedazos de lo que me hicieron creer que era. Romperme me ayudó a reconstruirme entera. Estoy hecha de los pedacitos de mí misma, en todas mis versiones, en todos mis fracasos, en todos mis logros, y sintiendo más amor hacía mí misma del que he sentido nunca.

Tuve que perderme para poder encontrarme. Tuve que encontrarme para empezar a quererme

DEJA UN COMENTARIO

Your email address will not be published. Required fields are marked

Resumen de tratamiento de datos

  1. • ResponsableEmocionEscrita.com
  • Finalidad: moderar y responder comentarios de usuarios.
  • Derechos: puedes ejercer tus derechos de acceso, rectificación, supresión, oposición, portabilidad y limitación del tratamiento de tus datos enviando un correo a contacto@emocionescrita.com, acompañando copia de tu DNI o de otro documento que acredite tu identidad, así como presentar una reclamación ante la autoridad de control.

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}

¿Quieres más? 
Revisa nuestros artículos

Miedos
La Familia
El momento es ahora
La Navidad sin ti

Suscríbete gratis a la newsletter y te avisamos de nuevos artículos