Desde bien jovencita ya pensaba en la necesidad de hacer terapia. Mi intuición ya me estaba avisando de algo importante. Aunque no solo no supe verlo como un aviso intuitivo sino que lo ignoré por completo. No pasa nada, tarde o temprano tenemos que enfrentarnos a eso de hacernos responsables de nuestra salud mental. Lo que creemos que puede esperar tarde o temprano vuelve a nuestra vida, para recordarnos el trabajo que debemos hacer y que todavía no hemos empezado. El problema de esto es que, conforme vamos viviendo, vamos acumulando experiencias y no siempre son positivas (o no las sabemos transformar). Vamos añadiendo las famosas piedras a la mochila. Y es muy probable que no sepamos qué hacer con todas esas cargas emocionales que, una vez vividas, ya no deberían pesarnos.

Tomar la decisión

Es difícil tomar la decisión de ir a terapia por primera vez. También lo es empezarla, pero continuar es lo más duro. No obtenemos una recompensa o solución inmediata, que eso a día de hoy gusta mucho, y nos vamos con la sensación de que ir a terapia no vale de nada. Eso es un error. ¿En serio pretendemos solucionar en una hora o menos toda una vida? Complicado lo veo.
Nada de lo que he conseguido que merezca la pena, me ha llevado poco tiempo. Ni el mayor de los placeres instantáneos es comparable a la sensación de estar ocupándome de lo que me tengo que ocupar. Ni qué decir de la evolución personal.

Al principio es difícil ver los pasos que vamos dando. Podemos tener la sensación de no avanzar pero si hacemos cosas, sobre todo distintas, no podemos obtener los mismos resultados que cuando no hacíamos nada. Y eso se llama avanzar, por poco que sea.

Debido a las lagunas mentales que mi depresión me dejó en ese período (quizá por supervivencia), no recuerdo el año exacto en el que empecé la terapia. Y no lo recuerdo porque, aunque una parte de mí tenía la esperanza de poder estar bien, la otra no veía futuro y, por lo tanto, tampoco creía que iba a ser tan importante incluso a día de hoy. Porque sí, después de casi 20 años sigo en contacto con mi psicóloga. 

Siempre hay cositas por mejorar, residuos de temas pendientes que siguen necesitando de una atención, pero ya no queda nada que me incapacite. De hecho, deberíamos ir a terapia por el placer de hacerlo. De que nos escuchen, de tener un espacio íntimo donde desnudarnos emocionalmente y sin miedo a que nos juzguen. Y así aprender a tener el control de nuestra gestión emocional.

Cuando mi trastorno de ansiedad fue trabajado y lo hice desaparecer, decidí seguir en contacto con mi psicóloga por muy bien que me sintiera en el futuro. Formaba parte de mi vida, puedo decir que me la salvó. Ella y mi escritura. Así que del mismo modo que había vivido conmigo los peores años, también quería que viviera los mejores, contándole mi evolución, mi aprendizaje y también esos miedos o inseguridades que siguen en mí y de los cuales no me avergüenzo. 

La terapia siempre me ha ayudado a tomar conciencia, a no creer que tengo la razón absoluta, a no culpar a los demás y a pensar en mis responsabilidades. Pero también me he sentido comprendida y cuidada.  Me ha hecho reflexionar para hacerme las preguntas adecuadas. Si no nos hacemos las preguntas adecuadas las respuestas tampoco serán las correctas. Y para conseguir todo eso necesitamos herramientas emocionales. Y en terapia se consigue todo eso y mucho más.

¿Si no nos doliera le prestaríamos la misma atención?

A veces solo necesitamos que nos escuchen o llorar. En muchas sesiones ya advertía que ese día no quería hablar, iba convencida de que el llanto y la desgana me lo iban a impedir. Aun así, iba. Y no solo es que acabase hablando, es que hablaba muchísimo. Otras veces no, salía de terapia con la cabeza muy espesa, sin las ideas claras, sin poder hablar ni escuchar a nadie más. Quería llegar a casa para meterme en la cama, porque a veces las sesiones duelen y es lo que más evitamos, el dolor. Yo no voy a ir a un sitio para sufrirPero forma parte de la sanación y el crecimiento.

Para que la terapia funcione es necesario encontrar a la persona adecuada para nosotros. Si no tenemos conexión con la persona que nos va a tratar, no vamos a conseguir nada y acabaremos dejándolo. Tampoco debemos excusarnos en eso, a veces debemos dar la oportunidad de comprobar si realmente funcionamos en equipo o no. Otras veces será nuestra intuición la que nos avise del cambio enseguida. Lo importante es no dejar de hacer terapia, siempre acabamos encontrando a la persona adecuada para ello. 

Depresión

La primera vez que fui estaba completamente rota. Era joven y tenía miedo. Tenía miedo de estar loca como explico en algún momento en este blog. Miedo a desnudarme emocionalmente. ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo explico lo que me pasa si no lo sé? 

No tenemos que preocuparnos por eso, en terapia nunca vamos a hablar sobre aquello de lo que no estamos preparados, pero nos guiarán hasta conseguirlo. Por eso hay que tener paciencia, porque hasta que no cogemos confianza y ordenamos ideas, al principio es complicado hablar de nuestras intimidades con alguien desconocido. De ahí lo de buscar a nuestro terapeuta de una forma más energética. Siempre animo a todo el mundo a que haga terapia, la que necesite según su caso. 

Aunque al principio me sentía frágil, con el tiempo fui adquiriendo más seguridad en mí misma. Ya no tenía la necesidad de esconderme.

Tuve una breve experiencia con un psiquiatra de urgencia que no fue nada positiva a causa de la ingesta de pastillas. Solo me sirvió para alertarme de que podía terminar en un psiquiátrico si seguía así. Pero me sentí juzgada, no me escuchó y aun siendo mayor de edad, mi madre estaba conmigo. Me sentí presionada y no quise contar nada de lo que me pasaba. No quería volver allí. El informe (el cual conservo) describía a otra persona, para nada era yo aquella que describía en él. Ese señor no me conocía pero afirmaba saber lo que me pasaba. 

Ya no volví a tener más episodios con las pastillas. 

No era la primera vez que lo hacía, siempre sumaba alguna pastilla más cada vez. Nunca sabes cuándo va a ser la última (…) Pero no dejé de hacerlo porque su estúpida intervención me ayudara, no. Era porque yo hacía terapia y pude ir a refugiarme en mi psicóloga, la cual me conocía y pudo confirmar que esa del informe no era yo. 

Es peligroso eso de las visitas de urgencias con psiquiatras que creen tener autoridad, una autoridad que le ha dado la sociedad. Para mí era un hombre carente de sensibilidad que había estudiado una carrera. Nada más. 

Muchas veces me he preguntado qué hubiese pasado si en lugar de tener mi red de seguridad (mi psicóloga), hubiese estado sola en esos momentos. Lo más probable hubiese sido asegurarme de no fallar la próxima vez para no tener que volver. Es decir, aumentar el número de pastillas.

Evidentemente tuve que reforzar la terapia con mi psicóloga e ir más veces. Debemos entender que la depresión es una enfermad, que ir a terapia es muy necesario, pero que necesita tiempo. El estado en el que empecé la terapia ya era demasiado profundo. Y en este caso no me servían las terapias con amigos, ni los paseos ni nada de eso.

Trastorno de ansiedad

Después de años de terapia ya no me medicaba y parecía tenerlo todo controlado, así que dejé de ir debido a mi situación personal en ese momento. No fue la decisión más acertada. Pero muchas veces pensamos que la terapia es prescindible, que es de lo primero que podemos deshacernos, que ya la retomaremos. Y no, a veces es tan necesario como el comer. Y más si tu vida va en ello. 

Las cenizas de la depresión que yo creía apagadas se reavivaron en forma de trastorno de ansiedad

Esta vez fui más rápida. Todo mi aprendizaje en la terapia anterior y todas las herramientas de las que disponía, me permitieron afrontar todo lo que se me venía encima de otra manera. Si no hubiese ido a terapia previamente no sé qué hubiese pasado. Bueno sí, que hubiese tenido que volver a medicarme. Yo me negaba a hacerlo, no contemplaba esa posibilidad. Esta vez no, porque yo podía gestionarlo, pero no sola. Una visita semanal mínimo con mi psicóloga y ocasionalmente alguna más de refuerzo, siempre adaptándome a su recomendación según las necesidades que ella detectaba; intentando evitar volver a la medicación. Hubiese supuesto un duro golpe para mí hacerlo. Y pude prescindir de ellas. 

Hasta que no llegué al origen de mis males nunca dejé de sentirme enferma. Por eso no se puede prever cuántas sesiones necesitamos. Lo mío fueron muchos años, mi autoexigencia me lo puso muy difícil. Mi empeño en querer estar bien no me permitía centrarme en el día a día. Solo pensaba en el futuro y ni siquiera había solucionado mi pasado. 

Con la depresión, los libros de Jorge Bucay me acompañaron pero nunca los sustituí por una terapia personalizada. A veces cometemos el error de creer que con ver vídeos en YouTube o leer libros ya nos vamos a «curar». 

Leer en realidad también es una forma de hacer terapia, no me malinterpretes, ya que la lectura nos puede hacer más liviano el proceso al entender lo que nos pasa. Lo mismo que una buena conversación con alguien de confianza. La terapia puede estar tras muchas cosas. Hacer terapia significa preocuparse de uno mismo para estar bien, dedicarnos tiempo, hacer actividades con las que conectemos: música, paseos, reír….Pero no se puede sustituir cuando es necesaria la terapia con apoyo profesional. No debemos tener miedo a contar lo que nos sucede a una persona extraña. Por mucho que no sepamos por dónde empezar, al final se crea un vínculo muy positivo que hace que veamos las cosas de otra manera.

A veces es mejor ir cuando no creemos necesitarlo, porque quizá ese sea el momento

DEJA UN COMENTARIO

Your email address will not be published. Required fields are marked

Resumen de tratamiento de datos

  1. • ResponsableEmocionEscrita.com
  • Finalidad: moderar y responder comentarios de usuarios.
  • Derechos: puedes ejercer tus derechos de acceso, rectificación, supresión, oposición, portabilidad y limitación del tratamiento de tus datos enviando un correo a contacto@emocionescrita.com, acompañando copia de tu DNI o de otro documento que acredite tu identidad, así como presentar una reclamación ante la autoridad de control.

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}

¿Quieres más? 
Revisa nuestros artículos

Miedos
La Familia
El momento es ahora
La Navidad sin ti

Suscríbete gratis a la newsletter y te avisamos de nuevos artículos