Año 2005, probablemente el más duro de mi vida. Estoy metida en las profundidades de mi oscuridad. No hay salida. Bajo mis pies noto que he tocado fondo, aunque siento un peso tan fuerte que a veces pienso que puede hundirme más. Encima de mí no logro ver nada. Hay días que consigo salir a la superficie pero solo un poco. Intento pedir ayuda pero nadie me mira, nadie se ha dado cuenta de que estoy ahí. No sé si soy yo que no sé pedir ayuda o es que mis gritos no se escuchan. ¿Es realidad o estoy soñando? ¿Por qué nadie nota mi presencia? Me siento sola, vacía y confundida. Tengo miedo. Ahora el cuerpo me pesa como si arrastrara cadenas invisibles y la cabeza no deja de dolerme un solo día. Mi pelo ya no brilla. Mis ojos se hinchan. Mi sonrisa está rota, si es que me río. Y de repente ya no siento nada, solo silencio a mi alrededor.
Mi ser oscuro

Creo que fui consciente de que tenía depresión un año antes, algo dentro de mí ya lo sabía pero no supe o no quise darme cuenta. No escuché la voz interior que me alertaba. En un principio tampoco pensé mucho en ello, más tarde me convencí a mí misma de que eso no me podía estar pasando. Y cuando quise darme cuenta ya éramos mi ser oscuro y yo: mi depresión, era así como la llamaba. El ser oscuro iba pegado a mí todo el tiempo, limitaba mis movimientos y mi conocimiento. Nublaba mis sentidos. Pesaba, pesaba mucho. Era insoportable cargar con él a diario. Mi expresión corporal también cambió pero nadie más podía ver el peso que soportaba. Era como una marioneta, todo dependía de él. A veces conseguía ser yo, parecía que ese día o ese momento (porque a veces eran solo momentos) yo ganaba la batalla. Eran los mejores. En ellos reía, hacía cosas sin tener que disimular, pero eran pocos. Normalmente pasaba cuando estaba acompañada. No quería que supieran cómo me sentía realmente porque daba miedo compartir algo así y reconocer que «estás loca».
Porque muchas veces lo creía. Estaba llena de contradicciones como la de querer ser salvada y al mismo tiempo aparentar que todo iba bien. ¿Cómo compartes algo que en el fondo no entiendes y de lo que te avergüenzas? Sentía vergüenza por tener depresión, eso era de débiles para la mayoría. Para la otra, era de locos. Pronunciar esa palabra asustaba. Y no solo a mí , también a los que me rodeaban.
Siempre se dice que los hechos traumáticos no se olvidan pero tengo muchos recuerdos en blanco a pesar de que todo era negro. Quizá porque no era yo plenamente. Ha sido la época en la que menos he dormido en mi vida y supongo que eso influye. Con los años y la superación he tenido que tirar de fotografías, o de libros con notas que me recuerdan en qué época ocurrió todo, porque fue tan largo que se ha ido desvaneciendo con el tiempo. Lo que sí sé es que estuve dos años con antidepresivos y ansiolíticos, aunque estos últimos tuve que dejarlos por un episodio muy recurrente para un enfermo de depresión: el intento de suicidio.
No sé por qué no se veía como una enfermedad y sí como una elección voluntaria de vivir con tristeza
La tristeza se asocia a la depresión pero es solo un trocito de un puzzle que no encaja. La depresión no es tristeza como suele pensarse incluso a día de hoy. La depresión está llena de piezas que por sí solas no tienen sentido pero que cuando las unes entiendes por qué están ahí. Yo estaba rota, hecha pedazos, pero no sabía cuántos pedazos de mí misma debía recoger. La vida me pesaba tanto que o iba a terapia o desaparecía. La terapia me ayudó a buscar todos los pedazos necesarios para reconstruirme.
La Incomprensión
La depresión te incapacita, te impide hacer vida con normalidad. Simplemente, no tienes vida. Y el hecho de que a veces lo hagas aunque sea para fingir, es entendido por los demás como que no te pasa nada, que estás bien, que tú no tienes depresión. Con lo que cuesta aceptarla, solo falta que una vez lo haces te intenten convencer de lo contrario. Eso provoca más soledad aún. Es una lucha constante contigo misma y con los demás. Escuchar cómo el que no conoce tu vida te juzga y te la intenta solucionar. Te aconsejan y te exigen cambios en ti que tú no puedes controlar. Un día escuché que, pedirle a una persona con depresión que salga a la calle, es como pedirle a un minusválido que se levante de la silla y se ponga a andar. Me quedé paralizada al escucharla porque es muy cierto. La diferencia es que la depresión no va en silla de ruedas. La depresión no tiene un brazo en cabestrillo, la depresión no se ve. Aunque haya muchas señales, no se ve tan fácilmente.
Al final te encierras tanto que crees que tu dolor es superior al de los demás porque sabes que nadie puede entenderte. Llega un momento en el que no puedes ponerte en el lugar del otro. Es tanto el sufrimiento que solo puedes centrarte en ti. Temes que si te descuidas, quieras dejarlo todo.
Te haces daño a ti misma, como si ya no pudieras sentir otra cosa que dolor. Supongo que ese dolor ya se ha metido tan adentro que no sabes ser tú sin él. O quizá sea porque muchas otras veces no sientes absolutamente nada. Vas por la vida por inercia, dejando que pasen los días, a ver si el día siguiente es mejor que el anterior. Esperando que vengan días buenos. Esperando que exista un mañana para ti. Porque para mí a veces no había futuro. No tenía claro si podría soportarlo. En mi caso querer morir, en realidad era no querer vivir así. Lo que quería era curarme, que eso terminara de una vez. Pero todo esto lo vi con la terapia. Y me hizo bien pensarlo así. Es muy duro cuando reconoces que has querido morir y has fantaseado con mil maneras de hacerlo. Yo estaba convencida de que quería morir pero sin dolor. Bastante dolor llevaba encima ya.

El suicidio en la depresión es la muerte por esa enfermedad. No es cobardía ni egoísmo. El que tiene depresión no puede pensar en otra cosa. Estás enfermo y la enfermedad te puede vencer. Cosa bien sencilla de entender para las enfermedades físicas.
Podemos vencerla, podemos curarnos. Yo lo hice. Yo pedí ayuda
Aceptación
Entendí que, en mi caso, era la enfermedad de mis emociones. Como una fiebre emocional. Un mecanismo de defensa que me obligó a sanar todas las heridas que tenía desde niña. A veces acumulamos demasiadas experiencias traumáticas o hechos que no logramos entender porque normalizamos cosas que no lo son. Suele decirse que todos cargamos una mochila, lo que no se dice es que debemos vaciarla para poder seguir con nuestro camino.
La enfermedad tuve que aceptarla y sufrirla, porque solo así la pude dejar ir. Por eso le llamo la enfermedad de las emociones, porque todas funcionan con los mismos principios pero nunca sabes qué enfermedad te va a tocar a ti. Hay muchas, como las adicciones, trastornos alimenticios… No debemos tener miedo a aceptar nuestro dolor y sufrirlo para después sanar. Nada de esto es fácil, pero en mi caso tampoco ha sido imposible. Y sé que hay más personas que lo han conseguido.
Para mí fue importante pedir ayuda, tener una red que me sostuviese todas las veces que iba a caer. Esta enfermedad no se cura sola. Porque incluso estando bien, esa parte de mí seguía conmigo. El ser oscuro nunca se iba del todo. Estaba allí, a lo lejos, esperando a mi recaída para atraparme de nuevo. Cualquier momento de tristeza ya era enfermedad para mí. Vivía en constante alerta. No quería estar mal de nuevo, no podía permitirme estar triste porque eso era enfermedad. Es esa parte de tristeza que tanto se asocia a la depresión. Me llevó mucho tiempo entender que el estar triste era un estado natural del ser humano, igual que el estar contento. Lo mismo me pasaba con la ansiedad, que forma parte de nosotros porque tiene una función, pero que al convertirse en trastorno puede derivar en enfermedades como la depresión (entre otras).
La terapia es necesaria para poder gestionar todas estas emociones que nos superan. Solo así dejé de tenerle miedo a mi ser oscuro y aceptar que viviré con su recuerdo toda mi vida. Pero que esa ya no soy yo y ese ser oscuro tan solo vive en mis cicatrices emocionales.

Tras estas palabras hubo una joven rota, ya convertida en adulta valiente, pero que también sufrió y entiende la soledad de esta enfermedad. Ahora soy yo en todas mis versiones. Cada parte de mí está reconciliada con lo que fue. He aprendido a saber estar bien y a no esperar a que la oscuridad llame a mi puerta. Me acostumbré tanto a sentirme hecha pedazos que luego no sabía cómo vivir estando entera. Cargué con la culpa de haber perdido años de mi vida. ¿Cómo iba a recuperar mi juventud? Esos años ya no iban a volver. Menos mal que en los días buenos pude construir recuerdos bonitos. De ese modo pude sentir que no estuve ausente tanto tiempo.
Mi depresión me ha hecho ser lo que soy por todo lo que he aprendido de ella.
¿Es necesaria una depresión? No, no lo es. Pero no por eso voy a dejar de estar agradecida por ser quien soy ahora, que es diferente. En mi caso, me llenó de autoconocimiento y fortaleza. He aprendido a ver las señales necesarias para no tener «fiebre» de nuevo y pedir ayuda sin vergüenza. Algo que nos deberían enseñar desde pequeños. Que la fortaleza está en eso y no en mirar hacia otro lado. Pero siempre tendré presente que estuve muy cerca de dejarme morir.
Por supuesto escribo sobre mi experiencia y sobre mi depresión. Sé que hay distintos niveles y distintos factores que la provocan. Y en esos casos no tengo la experiencia para hablar de ella. Aun así, aquí estoy con mis escritos, por si hay alguien que se sienta igual que yo me sentía y necesite compañía y comprensión.
Pocas palabras caben en un artículo de todo lo que puedo explicar. Y es algo que merece de toda mi atención y respeto.
Un abrazo para los que siguen con su ser oscuro presente.

Yo conseguí encontrar luz entre tanta oscuridad