Era el año 1997. En ese entonces no teníamos móviles para poder hablar cuanto quisiéramos como pareja. Claro que existían, pero no estaban al alcance de unos niños de 15 años. Para hacerlo, teníamos que hablar desde una cabina telefónica o desde el teléfono fijo de casa.
Las conversaciones que manteníamos por el teléfono fijo de casa carecían de privacidad. Cuando la llamada era para ti, daba la casualidad de que toda tu familia estaba en casa en ese momento. ¿A quién se le ocurrió la maravillosa idea de poner el teléfono en el comedor? Para hacer más privada la llamada, intentábamos alargar el cable hasta el pasillo, cerrando ligeramente la puerta tras nosotros porque pensábamos que eso nos daba intimidad. Creo que todos hemos imaginado en algún momento de nuestra vida, que las puertas de los 80 con aquellos cristales de colores sin sentido, eran capaces de insonorizar el exterior y que eso hacía que nuestras conversaciones fuesen del todo seguras. Inocentes…
En la calle la cosa no mejoraba, por mucho que las cabinas fuesen cerradas se podía escuchar todo. Tampoco podías alargar demasiado la conversación debido a la necesidad de salir de allí lo mas rápido posible, ya que eran bastante claustrofóbicas. Bueno, eso de salir de ellas era siempre y cuando consiguieras abrir la maldita puerta. Jamás nos ha costado tanto abrir una puerta como la de una cabina antigua. Nunca nos acordábamos si debíamos tirar o empujar para que se abriera. El mecanismo acordeón de esos años no funcionaba demasiado bien.
Más tarde las modernizaron, ya no teníamos que calcular el tiempo de oxígeno que nos quedaba dentro, ni teníamos que hacer un croquis de cómo abrir la puerta con éxito porque, sencillamente, no tenían puertas. Teníamos la ventaja de no correr el riesgo de quedarnos encerrados para siempre, pero las conversaciones debían ser más cortas y precisas para que medio barrio no se enterara de nuestras intimidades.
Vista la complicación de la comunicación a distancia en la era analógica, decidimos escribirnos cartas en momentos de necesidad. Si nos urgía contarnos algo importante y no podíamos hacerlo en ese momento, era la forma de poder desahogarnos y sentirnos más cerca el uno del otro. En ellas hablábamos de cómo nos sentíamos ante algo que nos preocupaba: problemas en casa, incomprensión, soledad… pero también de amor. Nuestras cartas eran principalmente para cubrir la necesidad de ser escuchados. Algunas incluso las escribíamos en mitad de una clase, cuando lo que está explicando el profesor no te interesa porque te has enamorado y es en lo único que piensas. En poder expresar en esa carta todo lo que sientes antes de que suene el timbre.

Con los años empezamos a escribirnos habitualmente. Eso hacía que ambos nos sintiéramos acompañados, pero sobre todo, comprendidos. Aunque una carta nunca ha podido sustituir las buenas conversaciones que hemos tenido mirándonos a la cara, sonrojándonos y perdiendo la timidez. Escribirnos nos ayudó a conocernos mutuamente de una manera más profunda. La adolescencia es una época muy complicada que se nos olvida cuando somos adultos.
Nosotros tenemos la suerte de conservar aquellas cartas de entonces, eso nos permite recordar el sentido que le dieron a muchos momentos complicados. Pero no es algo reservado a una época concreta, seguimos escribiéndonos durante muchos años más, cuando vimos que la gente dejó de hacerlo y nunca entendimos por qué. Más crecíamos, más necesitábamos compartir nuestras emociones pero el mundo parecía no pensar igual. Hay momentos en los que crecer te supera, y más cuando tu vida se complica por cosas ajenas a ti. Momentos en los que debíamos preocuparnos de crecer pero no pudimos, enfrentándonos a situaciones que no nos correspondían y de las que debíamos hablar. Gracias a nuestras cartas pudimos pasar mejor todo aquello.
Las cartas ya las hemos dejado, aunque siempre te encontrarás alguna nota deseándonos un buen día pegada en algún lugar de nuestra casa. Es cierto que ahora solo escribimos para nosotros mismos en nuestros diarios. Cada uno comparte un fragmento de su diario con el otro. De ahí siempre salen conversaciones muy enriquecedoras.
Escribir ha sido muy importante a lo largo de nuestra vida y nuestra relación. Queremos que aquí aprendas a tener tu espacio mediante la escritura. Que encuentres tu refugio en cada palabra que leas o te decidas a escribir. Y que descubras emociones que quizá estás sintiendo pero no sabes qué hacer con ellas.
Somos una pareja con nuestras experiencias y nuestros aprendizajes. Aprender de los momentos duros y traumáticos ha hecho que estemos aquí hoy. Es lo que le ha dado vida a este proyecto. Y de eso trata, de nuestra vida, de cómo la vemos pero sobre todo de cómo la vivimos. Busca hasta que encuentres la lectura que necesitas.
Verónica y Jesús