Todos deberíamos escribir, escribir libera. A mí me libera desde la adolescencia. No sabía que escribir era una forma de hacer terapia, como tampoco sabía que, en cierto modo, eso me «salvaría la vida» más adelante.

Escribir en la infancia

A veces podemos asociar la escritura con el diario de nuestra niñez, aquel que nos regalaban en la primera comunión en los 90. Y si lo asociamos a algo infantil podemos cometer el error de dejar de hacerlo en la edad adulta. Escribir no es infantil, incluso cuando somos niños tampoco lo es. Es una forma de gestionar nuestras emociones cuando todavía no tenemos la madurez suficiente para entenderlas.

A mí me encanta conectar con mi parte infantil, lo hago cada vez que puedo. De niños queremos ser mayores y sentirnos maduros pero si de adultos tenemos que seguir siéndolo, ¿cuándo somos niños?

Yo prefiero ser niña en pequeños momentos del día, tener la capacidad de reírme  por cualquier cosa y de bailar si el cuerpo me lo pide. Soy adulta pero nunca he soltado a mi niña, no desde que la sané. En los momentos complicados siempre estoy a la altura; no me pierdo en las nubes, estoy donde debo estar, pero me siento más feliz si puedo ser yo en todas mis facetas. 

Escribir hace que me sea sincera sin miedo. Me expreso tal cual lo necesito. Soy yo

Terapia en la escritura

La época en la que mi ser oscuro me acompañaba, también escribía. La escritura me ayudó a sacar trocitos de mi enfermedad. Cada vez que lo hacía, una parte de esa oscuridad que me envolvía por la depresión se quedaba en el papel. Cualquier liberación cuenta ante una enfermedad tan solitaria y desgarradora. Una vez sané de todo aquello decidí deshacerme de esa especie de diario negro. Ahora me pregunto qué puse exactamente. Escribía en un estado emocional muy inestable y solo me queda un leve recuerdo de aquellos escritos. Me dio tanto miedo conservarlo que decidí alejarlo de mí, el diario negro había cumplido su misión. Quizá en la escritura también se quedan las energías de tiempos vividos, tiene todo el sentido. Cuando cocinamos con amor, comemos amor; cuando escribimos seguramente también queda algún «sabor» de aquello que sentimos. 

Ya no conservo ningún escrito de aquella época, tan solo lo que consigo escribir ahora mirando en mi interior y conectando con esa parte. Al principio me daba miedo conectar con ella, creía que el ser oscuro aparecería en cualquier momento, pero la terapia a través de la escritura me libera en lugar de atraparme.
Recuerdo momentos de mi adolescencia en los que no podía comunicarme con nadie si algo me pasaba. ¿Qué hacía? Escribir a escondidas en cualquier lugar para poder dormir esa noche. Me llevaba cualquier trozo de papel del que disponía en ese momento. He llegado a escribir de forma desesperada sentada en el inodoro, en un folio más pequeño que un clínex. Ahí, ese trozo de papel me salvaba de un ataque de nervios o ansiedad. Lloraba y escribía, esa era mi terapia.

No importa la edad, escribir es necesario en cualquier momento de nuestra vida. Y no es necesario escribir sobre nuestra angustia, también podemos escribir cosas positivas y cotidianas. Nunca sabemos lo que puede salir de nuestra mente una vez empezamos. Como en el duelo por mi perro; si no llega a ser por mi diario y el aprendizaje que él me regaló, hubiese sido mucho más difícil seguir mi vida con normalidad después de aquello. No fue fácil pero lo conseguí. En realidad pocas veces he escrito en un estado de felicidad, pero también me «obligo» a ello. Es necesario  conectar con la felicidad del momento.  

Ahora no sé si escribo porque lo hago desde hace años o porque era algo innato en mí que acabaría haciendo igualmente. Tampoco importa, lo importante es que ahora estoy haciendo lo que quiero hacer, que es escribir. Y escribir para ayudar, para acompañar; ya no escribo solo para mí. Más escribo, mejor se me da; he podido ver mi evolución. A pesar de que muchas veces «vomito las palabras» y soy un desastre con la puntuación, sé ponerle palabras a las emociones y ahora tengo que empezar a ponerle los puntos y las comas. ¡No pasa nada! ¡A por ello!  

 Es maravilloso seguir aprendiendo, me encanta. Y eso me ayuda a ser más consciente de mi escritura para que llegue mejor el mensaje. Este blog también va a ayudarme con eso.

Mis inicios  

Si echo la vista atrás, aunque el impacto de la escritura fue en la adolescencia, mucho antes ya hacía terapia con mis amigas del colegio. Lo bonito de haber nacido en la era analógica es que nos escribíamos y hablábamos más que ahora. 

Durante una temporada las chicas de clase nos escribíamos cartas a mano. Me encanta escribir a mano pero ahora lo practico menos, lo reconozco. Lo hacíamos para contarnos cómo nos sentíamos tanto en las cosas cotidianas como en las que más nos preocupaban. Lo importante era entregar o recibir una carta en mano. Deseaba llegar a casa para ver qué me contaban. A veces se podía leer en ellas: Eres de puta madre tía. No es que fuese un mensaje muy profundo pero me sentía importante y querida.

También estaban las cartas de nivel avanzado, esas perfumadas, ¿por qué ya no existen? Si existen por favor que alguien me lo haga saber, eran maravillosas. Ahí entraba en juego otro sentido más, el olfato, que te hacía conectar de una manera más profunda con el mensaje de: eres de puta madre tía.

Pero no puedo dejarme las mejores, las que me llegaban al buzón de casa. Era maravilloso abrir el buzón y encontrar una carta de tu mejor amiga de ese verano. Lo más bonito de todo es haber seguido haciéndolo con la llegada de los mails ya que sigo en contacto con mi amiga de verano desde mi infancia. Nos hemos estado escribiendo cartas durante muchos años. Es verdad que algún mail o mensaje para ponernos al día de forma rápida ha habido, pero lo que nos regala una carta en un buzón jamás ha podido sustituirse. Seguramente algún día la sorprenderé con otra carta escrita a mano, me da pena que eso se haya perdido.

Escribir a otras personas también nos hace crecer emocionalmente. En este caso es igual de bonito escribir que recibir. Cuando escribimos conectamos con nosotros, la magia de la escritura llega a rincones de la mente muy profundos. Nos ayuda a ser más conscientes de quienes somos y de nuestras necesidades. Conectamos con esa vocecita interior que nos lo cuenta todo sin miedo, sintiéndonos libres en ese momento. 

No importa si no sabemos por dónde empezar, si creemos que no tenemos nada que escribir o si pensamos que no tenemos la necesidad. Una vez empezamos se produce la magia del autoconocimiento y de la sinceridad. 


La escritura puede arroparnos cuando nadie más lo hace. Hoy estoy aquí gracias a no haber dejado de escribir. No dejemos de escribir, sigamos aquí.

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